El
ajedrez por correspondencia

( Autor: Ramón
Rey Ardid - publicado originalmente en La Vanguardia )
Para el que siente verdadera afición por el noble juego,
resulta sumamente penoso el no encontrar, por cualquier
circunstancia, adversario de fuerza proporcionada a la
suya y no poder, por lo tanto, jugar alguna partida de vez
en cuando. Los ajedrecistas que se encuentran en tales
condiciones, que son muchos, rara vez se resignan a esta
forzada inactividad y buscan medios de distraer sus ocios
con otras facetas del ajedrez, y mientras unos se
conforman con reproducir las partidas de maestros que
llegan hasta ellos en la prensa o resolviendo problemas y
finales, otros, no pudiendo renunciar. a la emoción de la
lucha, entablan partidas por correo o por telégrafo con
adversarios lejanos. He aquí una modalidad del juego que
por su importancia y utilidad, merece la pena de que nos
detengamos en ella.
A primera vista parece que dicho modo de jugar las
partidas sea análogo al juego ante el tablero y tan sólo
se diferencia de él por la posibilidad de analizar más
profundamente las jugadas al disponerse de mucho más
tiempo para ello y al estar permitido consultar libros y
mover libremente las piezas al efectuar los análisis.
Así es, en efecto y, en general, puede decirse que las
partidas jugadas por correspondencia son de mejor calidad,
son más profundas que las que se juegan ante el tablero;
pero a poco que meditemos sobre ambas modalidades de
juego, podremos ver que la diferencia va más lejos.
En una de mis crónicas anteriores, hablaba de las
condiciones o facultades que yo estimaba necesarias para
ser un buen jugador ante el tablero; pues bien, algunas de
aquellas condiciones no son tan precisas en el juego por
correspondencia y, por el contrario, el jugador por
correo, necesita reunir otras cualidades especiales sin
las que fracasará en sus actuaciones, y que vamos a
analizar aquí.
En una partida de match o de torneo, jugada con reloj para
limitar el tiempo, no interviene tan sólo el espíritu,
sino también «los nervios» de los jugadores que han de
luchar no sólo uno contra otro, sino contra las
influencias externas (público, condiciones del local,
calor o frío excesivos, luz, ruidos, etc.), y aun contra
las internas (rutina, dolor de cabeza, contrariedades,
falta de sangre fría, necesidad de concebir y de analizar
rápidamente y de sostener durante muchas horas seguidas
el esfuerzo mental), todo lo cual se opone muchas veces a
que el jugador, por muy fuerte que sea, dé su máximo
rendimiento. Nada de esto ocurre en el juego por
correspondencia, donde el espíritu puede rodearse a su
antojo de las mejores condiciones para desplegar toda su
potencia; el jugador por correo, en la soledad de su
gabinete de trabajo, analiza sus partidas sin temer las
miradas y ruidos de un público más o menos discreto y se
protege a su gusto contra el frío o contra el calor,
buscando, además, un momento de tranquilidad de su espíritu
en que no le molesten dolores físicos ni morales; además,
puede dar por terminada su labor en cuanto siente el menor
síntoma de fatiga y, por último, puede dedicar a su
posición todo el tiempo que sus complicaciones reclamen:
horas, días, hasta semanas y cuando se decida a enviar su
respuesta, será después de una serie de análisis que de
ninguna manera podría haber realizado en una partida
ordinaria. Por todas estas razones podemos decir que el
juego por correspondencia es más «puro», por estar
desprovisto en su realización de una multitud de factores
que ponen a prueba el sistema nervioso del jugador ante el
tablero y que modifican la calidad de las partidas
introduciendo en ellas un factor de azar inevitable.
Del anterior parangón se podría sacar la consecuencia de
que para jugar bien ante el tablero son precisas mayor número
de condiciones, más difíciles de reunir en un solo individuo, que las
que se necesitan para ser un buen jugador por
correspondencia; sin embargo, lo que realmente sucede es
que por ser tan distintas una y otra manera de jugar,
requieren en quienes las cultivan condiciones distintas.
Así, y solo así, se explica que jugadores muy fuertes
ante el tablero no sean capaces de conducir con su fuerza
habitual una partida por correo, y a este propósito yo
recuerdo siempre una conversación que sostuve con el
malogrado Réti en su visita a Zaragoza el año1926
durante la cual me decía aquel gran maestro, que no se
sentía capaz de sostener una partida por correo por no
tener condiciones para ello. Y esto lo decía uno de los
jugadores de más talento que han existido y que llegó a
conducir sin dificultad 24 partidas simultáneas a la
ciega. ¿Qué condiciones se requieren, pues, para jugar
bien por correspondencia? En mi concepto, la primordial es
ésta: constancia, continuidad en el esfuerzo,
•uniformidad en el interés por la partida; el hecho de
pasar varios días sin recibir la respuesta, rompe, por así
decirlo, el hilo de continuidad de la partida y es preciso
un gran tesón para unificar en nuestro proceso mental lo
que por imperioso mandato de la realidad resulta
discontinuo; si a esto añadimos que las jugadas, por el
hecho de estar todas basadas en profundos análisis exigen
siempre de nosotros una gran labor mental antes de ser
contestadas, fácil nos será comprender que tan sólo los
jugadores capaces de sostener este interés continuado a
través de muchos meses, sin un solo momento de flaqueza,
lograrán llevar a feliz término una partida por correo.
jCuán difícil es reunir esta preciada cualidad de la
constancia en el esfuerzo! Otras condiciones, aunque menos
importantes, debe también poseer el jugador «a distancia»,
como son el hábito ordenado para colocar la posición
correcta al comenzar todo análisis, el disponer de una
extensa biblioteca para no ser sorprendido por novedades
teóricas, el no fiar a la memoria los análisis que va
haciendo en el curso de la partida, etc., etc.
Nada hemos de decir de la gran utilidad de las partidas
por correspondencia, sobre todo para jugadores que residen
en pequeños núcleos de población donde les es difícil
encontrar adversarios fuertes, pues de este modo se
acostumbra el espíritu a analizar profundamente, se
repasan libros y variantes con los que se aumentan nuestros
conocimientos teóricos y se ensayan aperturas que nos
pueden interesar para emplearlas después, con
conocimiento de causa, en otras luchas.
A continuación damos a conocer una magnifica partida
jugada por correspondencia entre dos jugadores alemanes:
Dr.
Duhrsen - Reiss,E
Correspondencia
1925

1.e4 e5 2.Cf3 Cc6
3.Ac4 Ac5 4.b4 Axb4 5.c3 Aa5 6.d4 exd4 El
gambito Evans es sumamente peligroso y el ser hoy día
poco empleado es más cuestión de moda, pues aun no se ha
logrado encontrar una defensa del negro enteramente
satisfactoria. Lasker recomendó en su tiempo 6... d6,
pero el blanco jugando 7.Db3 obliga a hacer De7 con lo que
el juego negro queda muy encerrado. Quizá lo más
prudente sea rehusar el gambito en la jugada cuarta mediante
4...Ab6 7.0–0 dxc3 El
negro emplea la llamada «defensa comprometida» que, como
su nombre indica es sumamente expuesta; es mejor 7...d6;
8.cxd4 Ab6 entrando en la «posición normal» en la que,
sin embargo, el blanco, tiene suficiente compensación por
el peón sacrificado. 8.Db3 Df6
9.e5 Dg6 10.Cxc3 Axc3 11.Dxc3 b6 12.Ch4 Esta
jugada es muy fuerte pero aun era más enérgica: 12.Ad3!,
Dh5; 13.e6!, etc. Por el contrario, el avance inmediato
12.e6, indicado por casi todos los libros, es insuficiente
a causa de 12...fxe6; 13.Axe6 Cfe7; 14.Ab3 Ab7, seguido de
0-0-0. 12...Dh5
13.e6 f6 14.Dg3 g6 15.Te1 d6 16.Tb1 Ab7 17.Tb5 una
maniobra enérgica y original. 17...g5

18.Axg5 Cd4 Si
18...fxg5 19.Txg5 y gana el
CR negro.
19.Axf6 Cxb5 20.Axh8 0–0–0 21.e7 Cxe7 22.Txe7 Txh8
23.Dg7 el blanco juega con precisión matemática 23...Dd1+
24.Af1 Td8 25.a4 Ad5 26.axb5 Dc1 27.Dxh7 Rb8 28.Dd3 1–0 Una
partida cuya extremada complicación sólo puede
'dominarse' en los largos análisis que permite el juego
por correspondencia.
Publicado
en La Vanguardia 2-10-1931
|