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El florecimiento del ajedrez en España

( Autor: © Javier Cordero Fernández )

           En los años 60 el ajedrez en España estaba casi parado, decaído, sin perspectivas ni futuro. Se organizaban pocos torneos y apenas existían jugadores de ajedrez profesionales, ni siquiera un talento descomunal como el de Arturo Pomar se pudo desarrollar de forma correcta, perdiéndose entre cartas y sellos y la falta de apoyo institucional. Sin embargo, en los años 70 el panorama comenzó a cambiar gracias a la irrupción de un tipo de torneos diferentes: los torneos abiertos. En principio fueron minoría, pero poco a poco este formato se fue imponiendo para terminar proliferando hasta el punto de organizarse algún torneo internacional en cada rincón de la geografía de nuestro país. En los torneos abiertos podía participar cualquier ajedrecista, por lo que aficionados y profesionales comenzaron a compartir tablero, casi siempre mezclándose como aceite y agua. Este tipo de competiciones eran más rentables para el organizador, ya que multiplicaba por 10 o más el número de participantes, lo que permitió ofrecer mejores premios.

           El mundo del ajedrez cuenta con una ingente masa de aficionados que a diferencia de otros deportes, ansía competir y jugar... y eso había que aprovecharlo. Los torneos abiertos fueron una gran solución en muchos aspectos. De repente, los aficionados podían participar en torneos internacionales e incluso llegar a jugar contra Grandes Maestros. Los profesionales tenían más torneos donde elegir y los jugadores que no podían dedicar toda su vida al ajedrez podían competir con regularidad, algo que antes les estaba vedado.

           Los torneos abiertos cambiaron totalmente el panorama del ajedrez. Los maestros ya no competían con 7 u 8 rivales, lo hacían contra decenas y sabían que tendrían que afrontar la competición de otra manera. El sistema suizo lo trastoca todo, durante las primeras rondas los jugadores más fuertes se enfrentarán, habitualmente, a rivales de menos entidad, en ocasiones aficionados. Esto hace que realmente compitan a nivel 'de maestro' en menos rondas que en un torneo cerrado, handicap que condiciona su estrategia: cualquier derrota es muy complicada de enderezar, ya que no hay margen para la reacción, por lo que deben conseguir un alto número de triunfos para aspirar a los primeros puestos.

Participantes del Open de Berga de 1970 (archivo Joaquim Travesset). Ver foto a tamaño mayor

           Nombres, que serán muy familiares para los más veteranos, como los de Olaf Ulvestad, Jaan Eslon, Zenón Franco, Orestes Rodríguez u Óscar Castro (fallecido de forma trágica en 2014 tras sufrir un infarto al corazón mientras estaba siendo atracado en Medellín), recorrieron la geografía española persiguiendo una utopía: ganarse la vida con el ajedrez sin estar en la élite. Y esta utopía sería perseguida por decenas de maestros años después, muchos de ellos llegados del este tras las escisiones de la Unión Soviética y Yugoslavia. A esta cohorte de maestros extranjeros hay que sumar el grueso de la tropa, que estaba compuesto por los maestros españoles, también obligados a pasar por una vida en constante movimiento, de torneo en torneo, de partida en partida.

           El primer Open en hacer aparición fue el de Berga, en 1968, ellos abrieron el camino y consiguieron ser uno de los torneos más longevos con una competición que se prolongó hasta 1995. Además, Berga también alcanzó gran fama por los premios de belleza que se entregaban en cada edición, premios que consistían en un cuadro del pintor De Soto. Pero otras localidades también apostaron por los torneos abiertos y el sistema suizo, por lo que poco a poco la oferta de torneos, accesible a todo tipo de jugadores, fue creciendo de forma gradual. 

           Y España abrió sus tableros al mundo. Años atrás los maestros extranjeros llegaban a España para la disputa de algún torneo esporádico. Estaban de paso. Con la proliferación del formato Open, varios maestros se vieron atraídos por la posibilidad de optar a unos premios más jugosos y, sobre todo, por la oportunidad de poder encadenar un torneo tras otro debido al número creciente de ellos, terminando por establecer su residencia en España, lo que repercutió de forma positiva en el nivel de las competiciones y de los maestros nacionales. Además, este tipo de torneos representaba una gran oportunidad para jugadores jóvenes que querían crecer y darse a conocer, ya que podían jugar con gran continuidad y tenían la posibilidad de subir su elo si las cosas marchaban bien. Pero también resultaron una fenomenal vía de escape para maestros veteranos que ya no recibían invitaciones de torneos y pudieron seguir compitiendo sin sentirse desplazados del tablero.

            He escogido al azar uno de estos Open para poder entender como funcionaban por dentro, se anunciaban a bombo y platillo en las revistas de la época, aunque a veces nada era lo que parecía ser:

            Sin embargo, la situación no era ni mucho menos idílica. La competencia había aumentado de forma exponencial y no había premios suficientes para todos, por lo que muchos maestros y jugadores pasaron por situaciones de verdadera precariedad para poder seguir dedicándose a su gran pasión. Fueron tiempos difíciles en los que, en muchas ocasiones, hubo que recurrir al ingenio:

Tiempos de dificultades... tiempos de superación

           Tal vez el lado más positivo de esta nueva situación era la posibilidad que tenían los aficionados de competir junto a los profesionales, privilegio que no se da en casi ningún deporte. Sin embargo, los maestros debían jugar en condiciones que distaban de ser ideales, aspirando a premios por puesto y en ocasiones sin cobrar un fijo, sabiendo que una derrota en la última ronda podía suponer bajar 5 ó 6 puestos perdiendo una cantidad de dinero importante. Hay que recordar que estos primeros Open se jugaban a ritmo clásico (los torneos de rápidas de un día de duración empezarían a popularizarse años después), por lo que se prolongaban durante algo más de una semana, lo que suponía unos gastos considerables. Los maestros titulados solían percibir una cantidad fija en cada torneo, a lo que había que sumar los premios que pudiesen lograr... pero no todos los participantes gozaban de este privilegio.

            Realmente fueron tiempos complicados: un ajedrecista no tiene un sueldo, depende de sus resultados en los torneos, lo que genera una gran incertidumbre a su alrededor. En las biografías quedan sus resultados y participaciones en torneos, pero detrás de ellas, ocultas tras una espesa cortina de humo, están escondidas cientos de anécdotas que nos hablan de precariedad y la inventiva para sobreponerse a situaciones adversas.

           Muchos jugadores tuvieron que recurrir a cierto tipo de estrategias fuera del tablero para encarar su participación en torneos: era habitual que varios viajasen juntos y compartiesen gastos, compartiendo también los premios que lograsen durante el torneo, esto minimizaba unos riesgos que ya eran altos de por sí. El dinero siempre escaseaba y los viajes eran largos, por lo que muchos jugadores optaban por llevar comida en sus maletas con la que poder subsistir durante unos días (el embutido de la tierra era un recurso muy frecuente)... pagando el alojamiento al final de los torneos con los premios que ganaban... si es que los ganaban. En ocasiones el presupuesto no cuadraba por lo que había que recurrir a no pagar el billete de tren o de cercanías, un truco muy usado era realizar el viaje en los lavabos del tren para evitar ser descubiertos por el revisor. En ocasiones el dinero empezaba a escasear durante el torneo y llegaba el momento de hacer encaje de bolillos para poder comer: dos maestros muy conocidos en los Open de entonces comían todos los días en un 'Burger King', ya que si pedías una hamburguesa y la persona que estaba a tu lado decía en voz alta: "El Whopper a la parrilla está de maravilla", te regalaban otra (no era una dieta muy sana para un deportista, pero todo valía para sobrevivir). Y en ocasiones el dinero se acababa y no quedaba otro remedio que tragarse el orgullo y pedir unas monedas en la calle para poder comprar el billete de vuelta y regresar a casa. Anécdotas como estas existen por cientos, cada ajedrecista de aquélla época tiene las suyas guardadas en un rincón de su memoria, aunque todos ellos compartían la misma cualidad: pasión por el ajedrez, una pasión que les hacía entrar, a sabiendas, en "una vida de perros", afrontando la precariedad con ingenio, sobreponiéndose a todo para participar, quién sabe en qué recóndito lugar, en el siguiente torneo... penalidades que desaparecían cuando el jugador se sentaba ante el tablero y se sumergía en el universo de su partida: durante unas horas todo a su alrededor dejaba de existir, salvo los movimientos de esas caprichosas piezas blancas y negras que no cesaban de corretear por el tablero planteando enigmas de complicada solución.

           Ningún obstáculo era capaz de frenar esa ilusión, aunque en ocasiones las cosas llegaban a ponerse muy difíciles: Miguel Ángel Nepomuceno, una de las promesas del ajedrez español en aquélla época, tuvo que dormir en el parque Campogrande de Valladolid durante varios días, con su maleta debajo del banco, mientras disputaba el Campeonato de España juvenil (su ficha federativa no había llegado a tiempo y no le permitían hospedarse en la pensión que tenía asignada). Bellón y Lostalé, rivales en aquel campeonato, le echaron una mano llevándole comida cada día; el segundo, poeta y periodista, le dedicó unos versos: "Había en León un Nepomuceno campeón interregional de ajedrez que cuando competía tenia que dormir en un banco porque con Franco ningún hotel le admitía". Nepomuceno terminó siendo un excelente periodista e investigador, metas en las que seguro que influyeron muy positivamente sus vivencias en el mundo del ajedrez: recorrió España de punta a punta y durante muchos años lo hizo junto a Marcelino Sión (organizador del prestigioso Magistral de León), viviendo situaciones curiosas, pero siempre saliendo del paso con el mismo ingenio que imprimían en sus partidas.

           Las anécdotas son variadas y variopintas, aunque la siguiente es reveladora y curiosa: uno de los jóvenes jugadores que nutrían los torneos de los 70, que acudía a todos los Open que podía, estaba estudiando Medicina y tuvo la arriesgada ocurrencia de empeñar varios de los libros que estaba empleando en sus estudios para poder acudir al siguiente torneo. Si lograba algún premio en el torneo intentaría recuperar los libros que tanto necesitaba... para su desgracia, su madre se enteró de sus maquinaciones y apareció en el torneo para descargar una tormenta sobre nuestro protagonista.

Jaan Eslon

           Y a estas convulsas aventuras se apuntaron algunos maestros extranjeros. El sueco Jan Eslon se afincó en España y recorrió el país de forma incansable a bordo de un Renault 5. Con miles de kilómetros a sus espaldas, persiguiendo el sueño de ganarse la vida haciendo lo que más le gustaba, Eslon llegó a participar en 16 torneos españoles durante un sólo año. En ese mismo coche, viendo como el asfalto discurría sin cesar ante sus ojos, viajó a países tan lejanos como Hungría, Suiza o Suecia para seguir participando en torneos. Sus primeros años en España no fueron sencillos, durante el invierno se organizaban pocos torneos (los primeros Open se organizaron en poblaciones costeras o turísticas, tratando de dar un carácter vacacional a la competición, por este motivo muchos se jugaban cuando el clima era más suave) por lo que Eslon, al igual que un oso bien alimentado, hibernaba durante esa época preparándose en el calor del hogar y escribiendo sobre ajedrez para distintas revistas.

Victor Ciocaltea

           El rumano Victor Ciocaltea vivió una experiencia similar: a bordo de un viejo coche recorrió Europa sin descanso buscando torneos sin cesar. Pasó varias temporadas en España, aunque siempre manteniendo su estilo de vida nómada sin dudar a la hora de embarcar a toda su familia a bordo del mencionado vehículo en busca del siguiente país al que dirigirse. Ciocaltea falleció mientras participaba en el Open de Manresa de 1983, de un derrame cerebral, tras no poder disputar la última ronda. El caso de Ciocaltea es muy representativo, durante sus primeros años jugó torneos muy importantes (como el Memorial Alekhine, donde combatió con Botvinnik, Keres, Najdorf, Gligoric, Bronstein, etc.). Sin embargo, cuando la juventud fue quedando atrás las invitaciones a torneos importantes empezaron a escasear y se tuvo que refugiar en los inestables torneos Open, haciendo que el cuentakilómetros de su coche empezase a subir de forma vertiginosa cada año.

Óscar Castro

           Otro caso que no se puede dejar de mencionar es el del colombiano Óscar Castro. Siempre talentoso en el tablero, encaró la vida de una forma especial y poco común: Castro no daba ningún valor al dinero, viviendo al más puro estilo bohemio. Protagonizó multitud de anécdotas que le reportaron la estima de todos sus colegas de profesión, cada maestro que le conoció seguro que podrá contar la suya. Básicamente sólo necesitaba el dinero para comer y para leer, no ansiaba ninguna posesión material desprendiéndose de ese pesado lastre que en ocasiones hunde nuestros pies en el barro de la vida. Si ganaba un premio en un torneo, solía invitar a sus amigos a cenar y se preocupaba de que no sobrase ni una sola peseta. La siguiente anécdota nos hará comprender la forma de pensar de Castro: el jugador colombiano estaba en posesión, nadie sabe por qué, de un valioso y antiguo libro de ajedrez. Uno de sus compañeros de tablero se interesó por el libro y Castro le dijo que era suyo por 5.000 pesetas, a lo que éste reaccionó con sorpresa y rapidez entregándole un reluciente billete de 5.000. La sorpresa llegó cuando Castro se dio la vuelta con el billete en la mano y se lo entregó a un mendigo que se encontraba justo al lado.

            Realmente estamos hablando de un ajedrez en construcción donde todo se estaba asentando y donde, como es natural, hubo un rincón para la polémica. Se conocen varios casos en los que los organizadores no cumplieron las condiciones ofertadas a los maestros, cambiándolas durante el torneo, lo que levantó una gran polvareda en las revistas de la época (que por otra parte, estaban encantadas de recibir este tipo de polémicas y vender más ejemplares). Y como no, la picaresca entró en escena, aunque nunca de un modo tan desproporcionado como el caso de un Open en el que el organizador se llevó 2/3 del presupuesto total, lo que produjo una gran indignación entre el colectivo ajedrecístico: era inadmisible que un organizador se llevase la mayor parte del botín mientras los ajedrecistas, principales actores de la función, percibían una pequeña porción. Además, en aquella época se empezaron a dar algunos casos de amaños de partidas entre maestros, eran poco habituales, pero se conocen algunos que incluso fueron aireados y reconocidos en las revistas de la época. Esta problemática fue creciendo en número con el paso de los años, hasta llegar al mercadeo, a la vista de todos, que se puede ver en muchos torneos abiertos de la actualidad.

Creciendo, un torneo en cada población

           En los años 80 los Open evolucionaron hacia un ajedrez más trepidante, apareciendo varios torneos que se jugaban a ritmo rápido. Con partidas que se disputaban a un ritmo de 20-25 min por jugador se podía organizar un torneo en un sólo día, lo que abarataba enormemente los gastos de organizadores y jugadores y daba la posibilidad a estos últimos de poder jugar más torneos cada mes. Ese nuevo formato se fue imponiendo poco a poco hasta hacerse mayoritario y permitió abrir el abanico de torneos a toda la geografía española. Y de este modo entramos en el siglo XXI. En España se organizaba un torneo internacional en cada ciudad e incluso en muchas localidades pequeñas, de hecho se había convertido en el país que albergaba más torneos cada año... eso sí, en su mayoría torneos modestos de un día con unos premios no demasiado altos.

           Esta nueva situación distaba mucho de parecerse a una tierra prometida. Los profesionales podían jugar incluso dos torneos en un sólo fin de semana, pero en muchas ocasiones lo hacían peleando por unos premios bajos, insuficientes para todos los maestros participantes. La competencia era feroz, varios Grandes Maestros peleaban por dos ó tres premios cuantiosos, por lo que muchos otros maestros volverían a casa sin premio o con una suma pequeña en sus bolsillos. Cualquier error en una partida podía propiciar una caída en picado en la tabla y condenar al fracaso la actuación de ese día. Una situación muy complicada para muchos Grandes Maestros, jugadores que no tenían acceso a la élite y tenían que conformarse con esa vida semi-nómada, viajando por todo el país persiguiendo los pequeños premios de algún lejano torneo.

           Al fin y al cabo los maestros jugaban por su sustento, convirtiendo cada torneo en su profesión. De este modo, poco importaban los laureles del triunfo, los cuales quedaban en un alejado segundo plano ante el botín que se pudiese sacar ese día. Y aparecieron las prácticas poco éticas. Quien esto escribe ha estado en muchos torneos y ha visto de todo, desde comprar unas tablas por 20€ antes de una ronda a la vista de todos, hasta ver como en la última ronda se firmaban tablas sin jugar en los 4 primeros tableros y esos 8 jugadores se repartían el dinero de sus premios también a la vista de todos. Desde el lado humano poco se puede reprochar, en juego está el poder comer la semana siguiente y cada jugador debe buscar lo que sea más conveniente para él. Desde el punto de vista deportivo, es un comportamiento cuanto menos cuestionable, ya que el ajedrez deja de ser un deporte y se convierte en un día en el mercado. En mi recuerdo se ha quedado la frase de un padre que presenciaba la última ronda del mencionado torneo junto a sus dos hijos y vio estupefacto como no se jugaba en esos 4 primeros tableros: "no vuelvo a un torneo de ajedrez en mi vida", comentó. Por desgracia, este tipo de prácticas se dan en casi todos los torneos modestos de un día de duración. Muy comentado fue uno de los Open de Sevilla, con importantes premios en juego, donde el jugador que más dinero ganó fue un integrante de la ex-Yugoslavia que ni siquiera finalizó entre los 10 primeros... el avispado lector deducirá sin duda cómo lo consiguió.

           Abonados a este tipo de vida hay varios jugadores conocidos, nombres que se repiten constantemente en torneos que distan cientos de kilómetros entre sí: Oleg Korneev, Aleksa Strikovic, Dragan Paunovic (fallecido el año pasado), Azer Mirzoev, Roberto Cifuentes, Boris Zlotnik, Bojan Kurajica... y tantos otros. Muchos de ellos llevan una vida austera, pasando por problemas económicos si las cosas no van bien en el tablero, en ocasiones con un aspecto más cercano al de un vagabundo que al de un ajedrecista. Así es el ajedrez fuera de la élite, una constante lucha por sobrevivir.

Javier Cordero Fernández

(22 Septiembre 2017)

 

 

Un puzzle al que le faltan piezas

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